Si el presidente Vizcarra se va a poner efectivamente al hombro un intento serio de refundar la república corrompida de la transición, proceso que apenas ha comenzado con la lucha anticorrupción y las incipientes reformas política y judicial, pues lo que corresponde es que de una vez disuelva un Congreso obstaculizador y mediocre que a la primera de bastos recompondrá fuerzas para vacarlo y humillar su insolencia de no haber agachado la cabeza ante la turba de los votos mayoritarios en el Legislativo. 

El Legislativo se ha zurrado en el espíritu de las reformas. La inmunidad se mantiene, la valiosa paridad y alternancia se adulteran a la hora de mantener el voto preferencial, y la ansiada democracia interna dará paso a una oligarquía política que correrá con ventaja en la próxima contienda. Estamos claramente ante el escamoteo vil de una reforma que sin duda era discutible, pero que adquiría sentido solo si mantenía su cuerpo original.

Este Congreso no lo ha hecho siquiera pensando en sus mezquinos intereses de corto plazo, sino que sus motivaciones han sido simple y llanamente las de oponerse a un gobernante al que desprecian y detestan. Porque ninguna de las reformas planteadas los afectaba a ellos, aplicaban recién a partir del proceso electoral del 2021. Pero tales razones no sirvieron de nada a la hora de decidir aprobar lo que les salió del forro desnaturalizando un intento serio de actualizar nuestras colapsadas instituciones políticas y judiciales.

Sería espantoso que el Perú llegue a su bicentenario manoseado por los coletazos y dictados de una organización política como Fuerza Popular que se ha pervertido aún más de lo que la heredad de los 90 podía albergar, y ahora suma a los devaneos autoritarios de siempre una impronta populista y ultraconservadora que la convierte en adversaria de la modernidad republicana que aún aspiramos a constituir en el país.

Frente a ella no puede transar ni claudicar el gobierno de Martín Vizcarra, quien, a pesar de su precariedad de origen y debilidad constitutiva (sin partido ni bancada), ha sabido siquiera abrir la puerta de cambios que hace muchos años debieron iniciarse.

Dos años sin este Congreso son un largo tiempo para sentar las bases de un nuevo edificio institucional en el Perú. Serán años cargados de turbulencia y de zozobra, pero serán promisorios si son transitados con la guía de una reforma integral y radical de estructuras que ya no caducaron. 

Si Vizcarra disuelve constitucionalmente este Congreso tan solo para subir en las encuestas y continuar administrando con más mediocridad que excelencia la cosa pública, pues mejor que acepte la humillación, agache la cerviz y anticipe un final poco feliz de su inesperado mandato.

Tiene ante sí una encrucijada vital el exgobernador regional de Moquegua. Su destino está atado al del país. O se resigna a ser un accidente en nuestra historia política o sella su impronta. Hoy, dentro de algunas horas, sabremos qué sendero eligió.


(Publicado en el diario La República)