Es verdad que el manejo político y ministerial de la huelga de los maestros fue muy malo, pésimo. Hubo incumplimiento del presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK), expectativas no satisfechas y el Gobierno decidió insistir en ello, no necesariamente por obra y gracia de la ministra de Educación, Marilú Martens, sino también del primer ministro Fernando Zavala.

Pero lo cierto es que ella era la catalizadora de esta situación y no lo previó. Además, una vez iniciado el conflicto tampoco tuvo el buen tino para poder manejar el diálogo y la negociación de la mejor manera, sino que exacerbó la tensión y se llegó a un escenario complicado.

En esa medida, coincido con quienes dicen que la ministra Martens debe irse a su casa, no ha estado a la altura de las circunstancias. Sin embargo, hay razones políticas para tener en cuenta y el Congreso no las puede soslayar.

El Parlamento debe considerar que el gran enemigo en estos momentos de la reforma educativa no radica en sectores conservadores o empresariales vinculados a las universidades, sino en sectores radicales del magisterio que quieren tumbarse la mencionada reforma magisterial.

En esa medida, los amigos del Congreso y los de Fuerza Popular (FP), especialmente, deben poner oído a esa situación. Deben tomar en cuenta que la ministra Martens debe irse a su casa, pero no en estos momentos, donde sería un triunfo para los radicales. Se sabe que se irá pronto, no haría mal el Congreso si espera un poco y asume que ese desenlace se va a finalmente producir.

Cabeza fría, ojalá que el Congreso recapacite.


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